Reset
El mundo ha cambiado. Lo sentimos en el agua, en el aire y en la tierra. Los cristianos del siglo XXI llevamos en la frente una etiqueta; en la espalda, una mochila de pecados que no nos corresponden; y en el corazón, una diana.
No necesariamente es para nosotros más difícil que para nuestros antecesores. Es más, es como si la Iglesia hubiese hecho un reset. Hoy, se vive al servicio del dinero, se adora a muchos dioses, y se señala a aquellos que no cumplen con las expectativas del sistema: a los pecadores. Y aunque no es un César quien lleva la batuta, el yugo de un imperio se cierne sobre los corazones de todos. El imperio del ahora. El imperio del odio, el imperio de “los míos contra los tuyos”, el imperio del placer inmediato, el imperio de los medios cuestionables, el imperio de los ídolos vacíos.
Empezamos de cero, como los primeros apóstoles. Debemos reconstruir la Iglesia, piedra a piedra si es necesario. Si bien nuestro mundo ya ha conocido a Dios con la venida de Jesucristo, se ha olvidado de Él. ¡Jesús, nos hemos olvidado de ti! Unos están amenazados de muerte; otros, marginados; algunos, sencillamente son humillados o señalados por creer en cosas tan retrógradas y anticuadas como la castidad o la confesión. ¡Vaya locos! Y tan locos. Locos de amor.
Locos de amor porque hemos conocido el significado de la palabra “misericordia”.
Locos de amor porque hemos descubierto que el “felices para siempre” no solo es posible, sino que además el corazón del hombre ha sido diseñado para vivir de esa forma, y de ninguna otra. Y no nos equivoquemos, no se trata de romantizar el amor incondicional, porque el que ama no siente, sino que ejerce su voluntad. Como nos dijo un compañero de Aute una vez: somos la sal del mundo, ¡no el azúcar! Amar no es sentir, es querer y hacer en consecuencia. Sí, amar se elige. Y si Dios nos hace libres, ¿de qué mejor manera vivir en libertad sino amando?
Los cristianos del siglo XXI llevamos en la frente una etiqueta: “puritano”, “retrógrado”, “reprimido”, “facha”, “hipócrita”… Tratamos de ser castos, construimos nuestra casa sobre la roca, fortalecemos nuestra voluntad, nuestra ideología es Cristo y somos débiles. Llevamos en la espalda, una mochila de pecados que no nos corresponden, pecados de guerras, de torturas y de males que parten el corazón de Jesús en dos. Cargamos también con nuestros propios pecados, los que nos corresponden, y contra los que luchamos todos los días. Tenemos, en el corazón, una diana, porque vamos a pecho descubierto con intención de derramar en la Tierra un Amor invencible: el Amor de Dios.