Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme. Hay momentos en los que creemos que no tenemos arreglo, que nos hemos equivocado tanto que no merecemos perdón. Pero no es así. No hay nada que puedas haber hecho que sea tan malo como para que Dios no te quiera a su lado. Pensar lo contrario indica que no confías en Él, y no hay pecado más grave que ese.
Pero decirlo es muy fácil, ¿verdad? Contra todo pronóstico, contra todas las inseguridades, y contra toda debilidad, a menudo preferimos confiar en nosotros mismos, en nuestras propias fuerzas. ¡Y muchas veces nos funcionará! Pero cabe recordar que nuestra fuerza es limitada. Podremos saltar un bache, pero no un abismo; podremos levantarnos al caer, pero, ¿y seguir luchando?; podremos superar el daño infligido por otros, pero, ¿y perdonarlos? Queridos amigos mortales, somos limitados. Eso está bien, no se nos exige ser nada que no seamos. Pero cómo cambia la vida cuando abandonamos los abismos, las batallas y el perdón en Cristo.
Resistirse es absurdo, agotador y doloroso. ¡Abandónate en Él! Confía en Él. Y no siempre lo lograrás, pero no importa. No dejes de intentarlo. Dios te ama y está muy orgulloso de que no te rindas. Ábrele tu corazón, ponlo a su servicio y todas tus expectativas se triplicarán.