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Auténticos

La ciudad es grande. Está cargada de colores brillantes, ruido y velocidad. Toda una pintura futurista. Con una panorámica cargada de voces ahogadas y símbolos huecos, la Gran Vía me absorbe. Trato de abrirme paso entre la gente, que parece inmersa en su propio mundo e ignora todo lo que sucede alrededor. Estoy más sola que nunca. Jamás me había sentido tan fuera de lugar. Corro calle abajo y una pequeña puerta se abre a mi derecha. Entro. Delante, unas escaleritas; a mi lado, una Virgen. Acaricio los pies de Mamá. Sigo aquí, del Planeta del Tesoro, en mis auriculares y un cartel anuncia “la iglesia está subiendo a la izquierda”. Subo, casi sin poder controlar mis pasos. Ya no hay ruido, ni velocidad, ni imágenes carentes de fondo. Estoy en casa. Caigo de rodillas y cierro los ojos con fuerza. Porque sé que no se trata de verte fuera, sino de encontrarte dentro. Pero aquí, en silencio, con el olor de la madera vieja, y los reflejos de la Custodia repartidos por el Oratorio, te escucho mucho mejor. Y yo solo quiero ser real, dice la canción. Sí. Entonces me doy cuenta de que no soy tan real en ningún otro lugar en el mundo como cuando estoy contigo.

La llamada a ser auténtico no es fácil de responder. En guión se habla mucho de El viaje del héroe, la estructura clásica de películas como Star Wars, Harry Potter, El Señor de los Anillos, y tantas otras grandes. En una primera instancia, por método, el héroe rechaza su llamada. Da miedo, ¿no?, ponerse en pie y decir: sí, esta soy yo. Habitualmente, en este mundo de ruido, al clavo que sobresale se le da un martillazo. Embarcarse en la aventura nunca, nunca, nunca, implica comodidad o resoluciones mágicas. Implica cargar tu propia cruz.

¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos! Pues el Señor, vuestro Dios, va con vosotros. No os dejará ni os abandonará

DEUTERONOMIO 31,6

Implica que muchas veces lo que digas no va a gustar, implica que te miren como si estuvieras loca. Y ahí estoy, yo siendo mi más sincera yo, y ellos regalándome la más asquerosa de las muecas. Y entonces te veo, de pie justo entre nosotros, sonriendo, extendiéndonos los brazos. Me conoces y ya no hay temor, continúa la canción. No quiero ser otra cosa que tu apóstol. Por suerte, en este “viaje del héroe” siempre hay un maestro sabio que reconduce al protagonista. Efectivamente, Señor, en Ti soy quien soy. Sin adornos, sin intentos por complacer causas vacías o alejadas de tu voluntad. Escucho tu llamada y es imposible ignorarte. Y menos mal. Podría perderme en tus ojos, y sé que no quieres eso. Sé que me llamas a posar los míos en los demás, y a hablarles con la voz que Tú me has dado. Y así, tus caminos, en primera instancia inescrutables, me han traído hasta AUTE. Hasta darme cuenta de que solo soy auténtica si soy en Ti y contigo.